Y gracias a todo este tiempo que se me ha regalado de nuevo (después que yo lo hubiera deshechado definitivamente), he podido vivir experiencias que no habrían existido en caso contrario. Cosas tan emocionantes como despertarme una mañana con sonido de grallas y tambores, mirar por la ventana y ver bailar a en Joan i na Eulàlia.
Otro día he podido deducir que toda la gente que miraba mi portal lo hacía atraída por su decoración nupcial. Luego vi la cabeza de la novia a vista de pájaro desde el balcón y luego pude corroborar lo de las flores.
Lo más importante que he podido experimentar, en persona, es que en lugares diferentes a los transportes públicos también se puede leer. ¡Quién lo diría!
Y también he podido comprobar, que lo de las flores al hospital y las tarjetas de "Que te pongas bien", “Espero que te recuperes” y sandeces similares, son mera invención de película americana.
Si pudiera volver atrás y hablar conmigo sólo me diría una cosa: "Anota cada vez que te digan "¡qué mala pata!".
PD: El post tenía que quedarse ahí, pero como soy incapaz de proferir determinadas inexactitudes, tengo que retractarme: La señora Francisca, mi primera compañera de habitación, recibió rosas de su marido. Una de las cuales me fue dedicada a mí. ¡Y por supuesto no me podré quejar de las flores recibidas durante mi reclusión en casa!
ResponderEliminarPero... lo que no se puede hacer, porque atenta contra mi salud mental, ¡es quitarme los motivos de queja!
PD2: Poco tiempo después la moda del "¡Qué mala pata!" se ha cambiado por "¿Por qué no subes en ascensor?" siendo sin embargo igual de molesta. Lo peor es tener que emitir la sonrisa de cordialidad cuando le pegarías cuatro gritos a esa personas tan ocurrente.
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