Para uso
de incrédulos, ateos y demás escépticos, voy a inventar una nueva acepción para
la palabra destino.
El
concepto en realidad también podría tener un nombre propio, que sería algo así
como “siesquelosabía” o “yoyatelodije”, e implica una relación con nuestro
instinto.
Hay que partir de que nuestra mente, salvo en casos de enfermedad, no suele ser maligna. No nos intenta perjudicar ni omite información a nuestra parte consciente de manera deliberada para jodernos. Y el instinto no es más que la salida que tiene nuestra mente para trasladarnos una conclusión a la que ha llegado tras una serie de cálculos. La información que nuestro inconsciente calla es aquella que el consciente no sería capaz de procesar, y nos evita así que racionalmente sigamos dando vueltas inútiles a grandes cargas de inabarcable información cuando los cálculos ya han sido hechos y ya se ha emitido una solución, que normalmente es acertada. Y es que a veces cometemos el engreimiento de luchar contra esa resolución pretendiendo usar únicamente la lógica, olvidando la inutilidad de esa acción teniendo en cuenta la cantidad de información que desconoce nuestra razón. Es decir, que confiar en tu instinto es creer en ti mismo, pues hay más de ti en ese inconsciente que en la otra parte de tu mente que se empeña en racionalizar las cosas, buscarles un motivo o analizar las posibles consecuencias de cualquier paso incluso disponiendo de menos datos que incógnitas. Eso sí que es creer a ciegas, no darte cuenta que te falta información para emitir un juicio y pretender que tu reflexión consciente se anteponga a tu instinto, quien ha recabado infinidad de datos invisibles al consciente antes de juzgar.
Hay que partir de que nuestra mente, salvo en casos de enfermedad, no suele ser maligna. No nos intenta perjudicar ni omite información a nuestra parte consciente de manera deliberada para jodernos. Y el instinto no es más que la salida que tiene nuestra mente para trasladarnos una conclusión a la que ha llegado tras una serie de cálculos. La información que nuestro inconsciente calla es aquella que el consciente no sería capaz de procesar, y nos evita así que racionalmente sigamos dando vueltas inútiles a grandes cargas de inabarcable información cuando los cálculos ya han sido hechos y ya se ha emitido una solución, que normalmente es acertada. Y es que a veces cometemos el engreimiento de luchar contra esa resolución pretendiendo usar únicamente la lógica, olvidando la inutilidad de esa acción teniendo en cuenta la cantidad de información que desconoce nuestra razón. Es decir, que confiar en tu instinto es creer en ti mismo, pues hay más de ti en ese inconsciente que en la otra parte de tu mente que se empeña en racionalizar las cosas, buscarles un motivo o analizar las posibles consecuencias de cualquier paso incluso disponiendo de menos datos que incógnitas. Eso sí que es creer a ciegas, no darte cuenta que te falta información para emitir un juicio y pretender que tu reflexión consciente se anteponga a tu instinto, quien ha recabado infinidad de datos invisibles al consciente antes de juzgar.
Y entonces
(aquí viene la nueva acepción), el sentimiento de que algo ha pasado finalmente
porque era el destino, en realidad ha sido provocado por tu mente,
que te está gritando “yoyatelodije”, refiriéndose a lo que acabó ocurriendo a
pesar de tu resistencia y que tú en el fondo “siesqueyalosabía” que iba a pasar.
Así que
habrá que cumplir esa frase de “escucha a tu instinto” (siempre que sepas
distinguir entre instinto y deseo), porque es más sabio. Y lo es porque tiene
más datos, no por otra cosa. Pero es tan majo que en vez de rallarnos con todo, sencillamente nos señala el futuro desenlace.
*John Kenn Mortensen
Me gusta mucho esa ddefinición. Tan aplicable en taqntos momentos de la vida. Me la copio!
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