Le obligaron a parar, pero sabe que no se aletarga, que está avanzando. A menudo se requiere un momento de pausa, aunque sea impuesto, que se convertirá en tiempo ganado. Y así conseguirá recobrarse. Desde su reflexión siente que podría recuperar aquella monotonía perdida, aquellas costumbres y las sensaciones a ellas ligadas arrebatadas por el paso del tiempo, ocultadas por la vida. Y observa asientos vacíos, asientos ocupados, relaciones humanas…
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Por fin un rincón de calma, un pequeño desahogo, permiso para lo prohibido y condenado. Descansa la vista y la mente entre el paisaje, se aleja para conseguir entender mejor desde la distancia, imagina, rescata del abismo la esperanza… cuántos lugares por visitar, en realidad no tan lejanos… cuántas cosas por hacer, en realidad no tan absurdas…
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No puede huir pero no hace falta, ya llegará, pues le remolcan. Y sin reparar en ello inspira, mantiene el aire preso un instante y lo deja ir, dejándole un sentimiento que, aunque efímero, consigue salvarla de sobrepasar el umbral de tolerancia al hastío. Sopla el viento y decidirá, viento a favor o contracorriente.
Me encantaba cuando era niño, y viajaba en tren, apoyaba mi frente en la ventanilla y me dedicaba a mirar, y mientras miraba, imaginaba, y mientras imaginaba, era feliz.
ResponderEliminarY lo que nos cuesta ahora dejarnos caer en las garras de la imaginación, que no son tales, al contrario, son tan suaves, que lo doloroso, es volver. A veces no entiendo cómo no hay más locos...
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