Como una bofetada (para mí, y si alguien lo lee, que no entienda nada)

¿Qué hacer cuando te das cuenta que no te puedes fiar ni de ti mismo siquiera? Por supuesto no en temas de credibilidad, pero sí en el de despistes. ¿Tendré que dar la razón a mi madre? ¿De quién me fío yo ahora si no lo puedo ni hacer yo misma? ¿A quién me puedo encomendar cuando desaparece la palabra confianza?

Ya será menos. De los errores se aprende. Los sustos enseñan, educan, escaldan y escarmientan.

Pequeño bajón y de nuevo a ignorar aquello que no nos place.
Ni siquiera suelo ya regocijarme en mi mierda.
¿Por dónde voy? ¿Por qué reculo para volver a allí, a cuando no sabía quién era?, siendo que ahora me niego a ver quien soy, y guardo con recelo una esperanza vana y unos intentos inútiles de recuperarme antes de admitir que ya no lo soy.

¿Es un buen cambio? Es un cambio. Está hecho. Cuando no existe la posibilidad de evitarlo, no merece la pena plantearse si es a mejor o a peor. Sin embargo tampoco es posible no caer en la tentación de plantearlo.

Me dicen que he cambiado.
Noto que he cambiado.
No admito haber cambiado.

Carezco de determinadas características que podían ser odiables o adorables, pero que en cualquier caso otorgaban encanto, sal.
No soy capaz ni de recuperarlas ni de dejar de intentar hacerlo.