Primero me atrajiste con tus entradas tiernas y calentitas a un espectáculo suculento. Cuando me acerqué a ti, me zurraste con "sesión caducada". Yo volví a intentarlo, abofeteándote una y otra vez hasta que me bloqueaste la tarjeta. Entonces te propiné una llamada, y me fustigaste con que no tenía el código de autentificación. Descansé una noche y fui a buscar refuerzos a mi oficina. Cuando me volví a enfrentar a ti me recaducaste la sesión. Así que te borré las cookies. No te afectó, así que arremetí también contra los archivos temporales, el historial y los datos de formulario.
De repente, un sentimiento de júbilo invadió mi cuerpo. Aún no sé cómo voy a llegar con una pata al lugar del concierto, ni cómo voy a aguantarlo toda la noche sin apoyar, pero da igual, porque he ganado.
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Las puertas están abiertas*.
*Por eso, aunque "¡Vamos a morir todos!" no tiene que ser todavía.